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Heute vor 40 Jahren sind auf der Plaza de las Tres Culturas in Tlatelolco Hunderte Studierende vom Mexikanischen Militär erschossen worden. 10 Tage vor Eröffnung der Olympischen Sommerspiele 1968 kam es so zu einem unfassbaren staatlichen Gewaltakt, der lange von den mexikanischen Autoritäten versucht wurde zu verheimlichen, und der bis heute nicht aufgeklärt wurde.
Aus Anlass des traurigen Jubiläums des Massakers von Tlatelolco berichtet die spanische Tageszeitung El País heute im Artikel »La noche más larga«:
Hoy se cumplen 40 años de aquel atardecer. Un aniversario doloroso por las jóvenes vidas que fueron truncadas en un mitin pacífico. Pero la fecha aún escuece porque aún tras la caída del PRI (Partido Revolucionario Institucional), que gobernó el país por más de 70 años, no se ha encontrado autor o responsable de esa matanza. La impunidad forma parte de esta conmemoración.
Lesen bzw. hören Sie dazu auch den Radiobeitrag von heute morgen aus dem Kalenderblatt im Deutschlandfunk: »Das Massaker von Tlatelolco« (Transkription). Dauer des Audiobeitrages: 4:17 Min. Start durch Klick auf den Pfeil:
[audio:http://ondemand-mp3.dradio.de/file/dradio/2008/10/02/dlf_20081002_0905_89596db0.mp3]
Eine sehr gute filmische Verarbeitung des Themas hat der mexikanische Regisseur Jorge Fons mit dem Film Rojo Amanecer 1989 geliefert, der die Ereignisse des 2. Oktobers aus der Sicht einer Familie in Tlatelolco schildert.
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 No voy a hablar del Almodóvar cineasta; voy a hablar del autor de un texto ficcional o metaficcional y al mismo tiempo autoreferencial. Se trata de Patty Diphusa (1983) donde se encuentran, se varían e incluso se aclaran varios motivos de sus primeros largometrajes, desde Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) hasta Entre tinieblas (1983). El texto apareció, en varias entregas, en La luna, revista efímera de la movida madrileña, y está lleno de ambigüedades divertidas. Ya el título, que anuncia también el nombre de la protagonista y narradora, es “diphuso”, pues Patty se nos presenta como mujer y al mismo tiempo como ‘alter ego’ de un hombre llamado Pedro. Ya se sabe cómo le gusta a Almodóvar el juego de transgredir las delimitaciones de los sexos. Al mismo tiempo Patty Diphusa es una sátira contra la censura franquista que, hasta poco antes, había suprimido todavía cualquier exteriorización del deseo sexual, sobre todo en las mujeres. Pero también es Patty Diphusa un documento de la (hoy increíble) ligereza, con la que, en la euforia de la reciente liberación, se subestimaron entonces los peligros de la promiscuidad y del consumo de drogas. Al final, sin embargo, la narradora ya se va dando cuenta de que esta forma de movida no puede durar mucho, que después de la borrachera vendrá la resaca y que el pasarse de viejas reglas se convertirá, a su vez, en tediosa rutina si no se logran encontrar otras y nuevas. Pues los seres humanos están hechos de manera que, en ellos, no es menos grande el anhelo de estabilidad y duración que el de disfrutar de independencia y autonomía. Precisamente esto va a ser un tema constante en la producción posterior de Almodóvar.
 Lo que al principio predomina en Patty Diphusa es una alegría, entre inocente y pueril, sobre el poder decirlo, por fin, todo y decir preferente – y casi exclusivamente – aquello que estaba prohibido por obsceno. Al leer este texto se acuerda uno también de su propia pubertad, cuando, en compañía de los amiguetes, proferíamos, en plena calle, obscenidades e incluso las plasmábamos sobre las paredes, sintiéndonos valientes y a la vez fascinados por el miedo a ser descubiertos y regañados. En efecto: el fenómeno de la movida, de la que Patty, en la ficción, al igual que Pedro, en la realidad, es en cierta manera la suma sacerdotisa, hace pensar en una especie de pubertad colectiva a la que por fin había llegado toda una nación después de haber sido liberada de un régimen que trataba de mantenerla en una eterna minoría de edad. En este sentido Patty Diphusa se muestra aún dominado por la censura. La exagerada desinhibición de la que, línea tras línea, hace alarde el texto, es aún un recuerdo de la inhibición censorial. Parece como si se bailara sobre los restos de un ídolo recién tirado de su pedestal. 






