Antonio Rojas Castro (Berlin-Brandenburgische Akademie der Wissenschaft)
La web es un canal que transmite flujos de información en forma de red conectando nodos, desafiando la geografía y haciendo las distancias inexistentes. Es también fluidez, proceso, falta de contexto y superabundancia. Los principios FAIR pretenden corregir esta situación para que los datos científicos no se pierdan en el maremágnum de información, sino que sean fáciles de encontrar, accesibles, interoperables y reutilizables. Parece como si las organizaciones (pienso en FORCE11, ALLEA o LIBER) que han alentado la diseminación de los principios FAIR trabajasen a contrapelo, luchando contra algunos de los rasgos más característicos del medio digital y promoviendo una cultura científica más abierta y colaborativa.
Es por ello que en los últimos tiempos me pregunto si hay algo más que retórica en los principios FAIR. ¿Son “realizables” en la práctica? En FAIR enough? Building Digital Humanities Resources in an Unequal World, intenté responder a estas preguntas teniendo en cuenta proyectos de cooperación Norte-Sur y llegué a una conclusión escéptica y muy pragmática. Los principios FAIR gustan a todo el mundo: sugieren una idea de justicia y equidad que nos interpela a todos y por eso como estrategia de branding son perfectos; pero no son fáciles de llevar a cabo, sobre todo en contextos en que la infraestructura tecnológica es deficiente, escasa o poco robusta. Por eso no debemos dejarnos cegar por sus destellos sino interrogarlos de forma crítica.
Para empezar, los principios FAIR parecen claros y fáciles de implementar, pero, en realidad, son ambiguos, están sujetos a interpretación –que depende del contexto–, y existen muchos obstáculos de carácter tecnológico, económico y cultural. Deberíamos empezar, pues, preguntándonos por los objetos que pueden considerarse FAIR: ¿cómo y quién los define? ¿Nos referimos a conjuntos de datos? ¿Software y código? ¿Repositorios y catálogos? ¿Flujos de trabajo? Tras alcanzar algo de claridad en esta cuestión, deberíamos seguir con los actores que intervienen y sus relaciones: ¿quiénes son los responsables de que los objetos digitales sean fáciles de encontrar, accesibles, interoperables y reutilizables? ¿Son los investigadores contratados en un proyecto de investigación o bien las instituciones en que trabajan mediante servicios de apoyo? ¿Ambos actores en colaboración? ¿Y cuál es el papel de las empresas? ¿Cómo queremos que el mercado y la ciencia interactúen? Por último, ¿cuáles son las condiciones de posibilidad que permiten la creación de objetos digitales FAIR? O, dicho de otro modo, ¿es posible crear, gestionar y mantener objetos digitales FAIR en contextos de precariedad, desigualdad, financiación escasa y competición extrema?
Nada de esto es original ni novedoso. Basta con leer el Informe Final de la Comisión Europea publicado en 2018 y que lleva el esclarecedor título de Turning FAIR into Reality (European Commission, 2018). A diferencia de otros trabajos previos más populares, este largo informe apunta hacia los problemas reales –la definición de los “objetos digitales FAIR”– y pone el dedo en la llaga al menos en dos momentos. Por una parte, se introducen dos conceptos importantes como son los de “cultura FAIR” y “ecosistema tecnológico FAIR”, sugiriendo que los objetos digitales no se dan en el vacío, sino que necesitan de una infraestructura de investigación con servicios que los propicie, gestione y mantenga. Por el otro, se discuten problemas como la falta de competencias digitales y de incentivos, así como la importancia de la financiación, y se propone en la parte final del informe un ambicioso plan de acción con prioridades y recomendaciones.
“Hacer realidad” los principios FAIR requeriría desplazar nuestra atención de los objetos FAIR (datos, software, protocolos, etc.) hacia los componentes del ecosistema tecnológico (políticas, planes de gestión de datos, identificadores, estándares y repositorios). Pero la tecnología nunca es suficiente; hace falta un cambio cultural, otra forma de investigar mediante la adquisición de competencias digitales, el uso de métricas alternativas y la financiación a largo plazo.
Para que los principios FAIR no sean únicamente retórica, deben convertirse en un proyecto político que no recaiga solamente en iniciativas bottom-up y en la buena voluntad de los investigadores en tanto que individuos; un proyecto político que se traduzca en el fortalecimiento de e-infraestructuras creadas, gestionadas y mantenidas por instituciones transnacionales, como CLARIAH. Para ser consideradas justas, estas infraestructuras deberían incorporar, siguiendo la estela de Europeana, a todos los estados miembros de la Unión Europea, respetando la diversidad lingüística, reduciendo las barreras económicas que limitan el acceso y teniendo en cuenta la desigual inversión dedicada a la ciencia existente entre países comunitarios. Hasta entonces y pese a los numerosos esfuerzos, los principios seguirán siendo, en gran medida, una estupenda estrategia de branding, es decir, retórica FAIR.
Referencias citadas
European Commission, Turning FAIR Into Reality. Ed. Hodson, Simon et al., 2018. https://op.europa.eu/en/publication-detail/-/publication/7769a148-f1f6-11e8-9982-01aa75ed71a1